viernes, 18 de junio de 2010

El hada de los mares


Nadie pensó que el hada de los mares nacería, su nacimiento fue violento y se dobló de un fuerte dolor de estómago cuando abrió los ojos; nació con los ojos bien abiertos, entre legumbres y olor a pastel. Le mojaron cada dedo de sus pequeñas manitas con agua pura de tres naranjas, agua que jamás secaría. Sus padres dos cazadores que dormían entre moscas y grillos guardaban sal de mar en una caja de madera, con esa misma agua la bañaron para después secarla completamente, sólo los ojos le quedaron húmedos. El hada de los mares nació con la boca roja cereza, oliendo a grosella afrancesada y llorando de una manera sutil, casi imperceptible.

El hada del campo


Los duendes se desilusionaron cuando vieron que la nueva integrante de la familia no era igual que ellos. Aunque compartía su color verde, ese nacimiento tan esperado arrojó al campo a una niña muy pequeña de enormes alas casi interminables. El camino de piedras pequeñas no era más largo que ese par de alas como de avispa septentrional. El pelo era notablemente hermoso, negro como la noche y de gran brillo, como un astro resplandeciente. El hada del campo nació soltando una fuerte carcajada que los duendes confundieron con un estornudo molecular y se quedó dormida casi al instante, soltando un diminuto ronquido musical.

El hada de la tierra


El hada de la tierra nació afuera de un supermercado, se trataba de un nacimiento anticipado (dos meses no son mucho para un parto terrestre). Inmediatamente desapareció, extendiendo sus alas; entre la sorpresa de la doctora y la madre de brazos de seda traída del lejano oriente. El color de la pequeña hada era amarillo flor silvestre, tenía los ojos color gelatina limón y saliva de espuma de jabón. No lloró, con una calma sorprendente se le veía alejarse de los edificios muy bajos para desaparecer mágicamente en la azotea de una torre del centro de una ciudad sin nombre, al compás de las doce campanadas.

Dualidad


Si empiezo por la mía resulta un poco más simple, me comprometo a tratar de plasmarla; no sé si el ejercicio sea exitoso, pero apuro al alma y expongo los recuerdos, sin mucha fe. La historia la saben todos, así que no pretendo reproducirla una vez más, no tiene caso.
El peligro inminente y el exponerme siempre que me era posible era estremesedor, sus rutinas malvadas y antiguas, de la época del romanticismo. Su esfuerzo por ser bandido y vampiro, consumirme, consumirse y así hacer palpable cada obstáculo impuesto. El deseo de fatalidad, el recuento del deseo reprimido de crímenes, lo excesivo de su actuación confundida en su personalidad; toda su brutalidad y su amabilidad en contraste, me llevaron a internarme en su universo ideal. Sin embargo, la necesidad de destellos por un mundo real me terminó por acabar y transformar con él de testigo: deslumbrante, altivo, aferrado al amor obstaculizado e idealización del pasado, estoy segura que distorsionado.
Hoy me niego a continuar por aquella calle obscura y de piedras alumbrantes, me deshago construyéndome y me aparto sintiéndolo cada vez más cerca ¿tiene sentido?. Su dualidad es más complicada, me faltarían un par de palabras para completarla, aunque la intuyo y la poseo. El miedo lo agota, tiene que transgredir reglas y alejarse de lo común, no pertenece al mundo y no quiere ser parte de él. Es un actor en su papel, ama la máscara y le teme al rostro, ahora lo entiendo. Me encontró y me preste a servirle de bastón, fui objeto, pero tanto valgo para él como si me considerara persona, una vez más, no importa. Se considera pulidor del conocimiento que no ha experimentado, prefiere ignorar toda teoría mientras no sea la suya, el mundo no lo comprende, su mundo es el verdadero.
Ahora puedo constatar la existencia de dos dualidades y un universo flotante y solitario. Existe una dualidad de lo que significa en mí mundo ficcional y mundo real. La dualidad de instantes de nuestra conexión y su mundo distante sin comunicación, con un solo entendimiento, el de su único habitante.
Su esencia eran las palomas en vuelo atadas a su pecho, su piel transparente suelo de manchas lunares, sus pasos elípticos, persuasivos; lo que antes fueron dos luceros hoy sin luz, adúlteros. Sin embargo, fueron suficientes y lo serán por décadas, son poderosos y capaces de vaciar soles enteros. No quiero dejar de describirlo aquí, sería limitarlo y se convertiría en la peor de las mentiras, la que no logra engañar a nadie y sigue adelante con eterna autonomía y a pasos agigantados. Quisiera continuar escribiendo mientras me escribo, pero cada vez me resulta más difícil; a lo mejor es la falta de letras que tiene el abecedario, retrocedo, sería engrandecerme.

jueves, 17 de junio de 2010

El hada de las libélulas


El hada rosa se desprendió del cuerpo de una mariposa y las alas curvilíneas de una libélula. El nacimiento se debió a la evaporación de un río en la parte baja de las américas hondas. El cuerpo de la mariposa se condensó haciéndose cada vez más pequeño y las alas de la libélula doblaron su tamaño originando una niña del color de la carne de un canguro y ojos mielmelada de seis pestañeos microscópicos a la velocidad de la luna. El hada de las libélulas aterrizó en un charco de agua de color rosa pálido y quedó envuelta por la cáscara de un mamey que cayó de un árbol casi anciano.

Desvelo



Ahí estaba, dejándose llevar por la noche. Se desvanecía en imágenes poco claras de rostros anónimos con música de fondo; se encontraba caminando sin salida con la imposibilidad del lenguaje por su cabeza. Inspeccionaba lo que pasaba en la mesa de junto: dos muchachos con cigarros enterrados en ceniceros sin ninguna gracia, dos cervezas a la mitad y un vaso a punto de caerse de una silla desordenada, en medio de diez más. Veía el reloj constantemente para darse cuenta que el tiempo transcurría lentamente. Era la una de la mañana y ya tenía ganas de irse, aunque le gustaba observar y entender el sin sentido; los bailes y latidos de la gente impregnada en un sudor que revelaba su soledad.
Nunca le había gustado desvelarse, no encontraba placer en ver amanecer mientras se tambaleaba en las escaleras gastadas de un bar sin nombre. No disfrutaba de miradas desfiguradas por el alcohol y la desolación. Sin embargo, ahí estaba, esperándolo y esperando verse casi caer de las escaleras si él se aparecía, con un vaso en la mano, con ganas de seguir la noche, soñando con no verse diluido en la miseria del día, de la rutina, de la no salvación.
Era ella, seguía siendo ella aunque pareciera una sombra o un póster dentro de una vida que no parecía ser la suya. En el fondo no entendía qué hacía ahí, maldiciendo enmudecida; explorando en los recuerdos y almacenándolos para que siguieran significando, por lo menos para siempre.
Una muchacha se recostaba en la mesa de la esquina, estaba totalmente borracha. Un hombre como de cuarenta y cinco años la abordaba, le preguntaba su nombre, intentaba tomarla del brazo. Ella hacía señas que parecían negar algo, lo que sea que fuera, tartamudeaba y temblaba mientras se escurría en dirección al baño. Dos parejas se dejaban llevar por el ritmo absurdo de una televisión con imágenes tristes de videos de poca calidad; sus cuerpos se fundían en ojos desorbitados y risas planas que no iban más allá de disfrutar de ese instante, nunca más.
Ella sentía las piernas cansadas, como si ya no fueran suyas en realidad, dos palillos sin fuerza que se desprendían de un estómago pintado en desencantos y dudas. Estaba contando minutos que se desvanecían en un reloj empañado que goteaba historias insignificantes, pensamientos jamás hechos realidad, vidas al borde de la náusea y el olvido.
La puerta del bar estaba adormecida, todo giraba sin detenerse entre personajes que jamás había visto en su vida, personajes que le parecían atrapados en su propio mundo suicida, sin capacidad de reflexión. Y sus pensamientos no paraban, se entretejían en unos no tan agradables. Tenía ganas de salir corriendo y marcar un número, y tocar una puerta, y presentarse de frente y decir algunas cosas que al menos para ella en ese momento parecían tener suficiente lógica.
¡Qué fácil resulta todo con dos tragos encima! pensaba entre dientes, soñaba despierta. ¿Cuál de todas las vidas que están aquí podría ser la mía?, se preguntaba; oprimiendo los labios, desvaneciéndose en ausencias.
Lo imaginaba dando vueltas por el lugar, buscando con la mirada, con los ojos bien abiertos, esos que ella le conocía por completo, sobre todo de noche, sobre todo después de estar tomando desde las seis de la tarde.
Salió de ahí desesperadamente, eran las dos de la mañana. Se sentó en las escaleras de la entrada, desaliñada, con el rímel corrido, con las manos contenidas y los dedos apretados.
Los grises se apoderaban de lo que tenía a su alrededor. Las luces se perdían por segundos; mientras intentaba sostener algunos momentos entre la lengua para no dejarlos ir, para no dejarlos correr desesperados y perderse en la necesidad, en lo pasajero e instantáneo. Ojalá alguien la pudiera entender, para sentir que lo cotidiano tenía algo de sentido, para no sentir que se seguía perdiendo en la fantasía y en la posibilidad.

miércoles, 16 de junio de 2010

Un secreto a voces


Vestida de princesa (porque es una princesa) divagó y se perdió en los límites de la inconsciencia. Una rana azul le prometió un palacio, dos jardines y una estrella. Ella aceptó porque era la mejor oferta que le habían hecho; aunque sabía que con una casa, una jardinera y una ventana para ver las estrellas hubiera sido suficiente.
Convencida se entregó a ese animalito de campo que le ofrecía todo un universo paralelo, alejado del tráfico y los husos horarios. Convivió poco con las otras princesas que ensimismadas la veían sustraerse y enaltecerse. Unas la miraban con recelo, mientras otras sólo la miraban; convencidas de que esos palacios y esos jardines no existían, porque a ellas se los habían ofrecido varias veces. La primera vez los aceptaron, también la segunda; pero a la tercera aprendieron a decir que no y se conformaron con mirar a las otras princesitas que bailaban enamoradas con el mismo disfraz de siempre, siempre planchado, siempre limpio, siempre perfecto.
La princesa (porque es una princesa) aprendió en poco tiempo que esos palacios no eran reales, ni tampoco los jardines; y que tampoco podía ser propietaria de una estrella, por lo menos no como se los había ofrecido la rana azul. Así que se miró en el patio de muchas princesas (porque es una princesa) rodeada de muchos hombres que en su momento fueron ranas azules y que ahora la miraban intrigados y asombrados de que una princesa como ella hubiera aceptado la promesa típica de las ranas azules. “Si es un secreto a voces” murmuraban entre ellos.

De noche


Cerraba y abría los ojos, ellos palpitaban entre los reflejos de luz inconstante. La temperatura subía por segundos, a la par de los latidos que se sofocaban y se ahogaban en mi pecho.
Pedía señales de que ella estuviera presente, tan presente como puede estar un muerto.
Tenía pánico de abrirlos otra vez. Las lágrimas me escurrían por las esquinas, aún con los ojos cerrados; hasta que chorreaban por mi oreja, cayendo y humedeciendo el contorno del cuello.
Abría los ojos a intervalos, cada vez que el miedo de no encontrarla me lo permitía y al hacerlo encontraba algo que me indicaba que ella estaba ahí, en la habitación en un espacio dominado por la oscuridad de la noche y entregado a la fuerza de los recuerdos.
Las mariposas que me dejó, aunque yo sabía que eran mías desde niña. Una estrella con un hombre colgando ¿ella la estrella y yo el hombrecillo?, un cielo en medio de un corazón, los dados del calendario y el mueble de madera junto a mí. Volví a cerrarlos, volví a abrirlos. Un ángel de vidrio azul, el regalo de algún día, su nombre grabado en cerámica, por encima de la cabecera.
Sollozando me quedé dormida, convencida que no era su presencia convertida en energía vigilante. Se trataba del recuerdo de su existencia en la mía confirmándome que no estaba sola, que ella seguía ahí; en silencio, contemplando el espectáculo de lucha que últimamente me venía atormentando.