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Cerraba y abría los ojos, ellos palpitaban entre los reflejos de luz inconstante. La temperatura subía por segundos, a la par de los latidos que se sofocaban y se ahogaban en mi pecho.
Pedía señales de que ella estuviera presente, tan presente como puede estar un muerto.
Tenía pánico de abrirlos otra vez. Las lágrimas me escurrían por las esquinas, aún con los ojos cerrados; hasta que chorreaban por mi oreja, cayendo y humedeciendo el contorno del cuello.
Abría los ojos a intervalos, cada vez que el miedo de no encontrarla me lo permitía y al hacerlo encontraba algo que me indicaba que ella estaba ahí, en la habitación en un espacio dominado por la oscuridad de la noche y entregado a la fuerza de los recuerdos.
Las mariposas que me dejó, aunque yo sabía que eran mías desde niña. Una estrella con un hombre colgando ¿ella la estrella y yo el hombrecillo?, un cielo en medio de un corazón, los dados del calendario y el mueble de madera junto a mí. Volví a cerrarlos, volví a abrirlos. Un ángel de vidrio azul, el regalo de algún día, su nombre grabado en cerámica, por encima de la cabecera.
Sollozando me quedé dormida, convencida que no era su presencia convertida en energía vigilante. Se trataba del recuerdo de su existencia en la mía confirmándome que no estaba sola, que ella seguía ahí; en silencio, contemplando el espectáculo de lucha que últimamente me venía atormentando.
¡Paula! Ya te esperaba.
ResponderEliminarCreo que esas mariposas no solo son prometedoras, sino que traen algo misterioso o secreto con ellas
Este texto me pareció doloroso... voy a seguir leyendo los demás...